Excelente artículo que pone al descubierto los rasgos de personalidad mas representativos de los mexicanos. Su potencial, propio de una cultura tan fuerte y llena de virtudes, así como también sus temores y traumas cultivados a lo largo de los siglos.
Un país rico en recursos naturales y humanos, lleno de contrastes groseros que exhiben la abundancia y la miseria en un mismo escenario, ante los ojos fríos e indiferentes de sus gobernantes, la explotación de sus mercaderes y la condescendencia de sus pobladores.El México que elige "pacificamente" quien le va a saquear durante los próximos seis años "Porque así son todos y no hay nada que hacer..." (La idea mas enquistada en nuestra sociedad.)
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El mexicano abandona completamente lo que no le interesa -las
matemáticas o la observación científica, por ejemplo- y considera con
displicencia los aspectos que le son indiferentes o desagradables. Pero
cuando logra romper el bloqueo mental, puede resultar un diestro
matemático o un profundo filósofo. Son notables las dotes del mexicano
para la inteligencia intuitiva y la
imaginación concreta. En todas aquellas operaciones que existe más
penetración que amplitud, el mexicano destaca sobre los demás. Las
resonancias de su choque afectivo son propicias a la vida artística y a
la tragedia. El gusto por el sabor vivo de las palabras -abundan los
mexicanismos- y por los modos efectivos de expresión capacita a los
mexicanos para el estudio de las lenguas. Muestran mayor facilidad para
el aprendizaje de los idiomas, que los norteamericanos, los franceses,
los españoles o los ingleses.
La fantasía del mexicano es
riesgosa para los negocios, pero exitosa para las tareas mecánicas.
Abundan, entre nosotros, los buenos mecánicos empíricos. Y cuando la
necesidad apremia surge un invento genial, que luego deja sin
perfeccionar y sin patentizar. La televisión a colores, por ejemplo, fue
invento de un mexicano, aunque el mundo lo ignore.
La vieja
norma de la sensatez debe ser impuesta, desde muy temprano, en este
pueblo emotivo. De otra suerte caeremos en la tiranía de la enervación,
en la inconstancia y en la susceptibilidad exagerada. Cuando la
educación no robustezca al escepticismo, surgirán en México las
cualidades más aptas para abrir el corazón a la caridad.
Las
ramas maestras del árbol caracterológico mexicano se insertan en la raíz
emotiva. La contemplación hace refluir a la emoción sobre sí misma. La
religiosidad y el fervor estético son propios del emotivo-contemplativo.
Y cuando la pasión -forma superior de la emotividad- se apodera del
mexicano, le transforma en una personalidad poderosa cuyas fuerzas están
dirigidas hacia un amplio desideratum, equilibrándose entre la
intensidad de la vida interior y la energía de realización, como en el
caso de José Vasconcelos o en el de José Clemente Orozco.
La
realidad, la cruda realidad cerca de frente al mexicano, por el mensaje
del hospital, de la cárcel, de la falta de alimentos, del atropello del
cacique... Su "función de objetivación" es primitiva. Se adapta y se
sitúa, pero guarda una distancia indispensable, con respecto al entorno,
para no dispersarse en la misma vastedad expansiva. Su instinto de
exteriorización -hablo del mestizo y no del indio puro- es débil.
Propende al disimulo y se encierra en el caparazón de sus cavilaciones
interiores. Es muy difícil la lectura de los sentimientos reales del
mexicano. En su mirada taciturna puede arder una llama de un fuego
interior que le consume sin exteriorizarse. Desde niño aprende a
refrenar sus sentimientos: ¡los hombres no lloran!, le dice, en tono
severo, el padre. Como buen introvertido, el mexicano lleva la marca del
predominio de la vida subjetiva. Encarcela a su emoción, y ahí en el
cautiverio, la discurre, la saborea, la recapitula, la matiza y la
madura. Nada se trasluce por el momento. Pero la tensión inestable puede
estallar en el momento en que menos se piensa. Carácter meditativo,
reservado, vacilante, no se entrega fácilmente a los abandonos
espontáneos, al examen de los otros. Su acción se contiene por cierto
temor a los objetos. Su observación desafiante le retrae y le demora.
Gestos quebrados, bruscos, refrenados, con un coeficiente de ironía
dejan ver su timidez y su introversión. Confía en si mismo, pero es
irresoluto en la acción. Posee mayor comprensión y hondura intelectual
que el extrovertido, pero menor capacidad de adaptación y de
modificación a las circunstancias. Cuando abre el cerrojo a su soledad,
puede tomarse cáustico y amargo, rígido y porfiado. Enfrascado en sí
mismo, es natural que tienda al secreto y al aislamiento. Se forja
ilusiones porque el mundo exterior lo conforma -o lo deforma- a la
medida de sus deseos. Propios y extraños se dan cuenta de que su cólera
agresiva y vengadora estalla periódicamente, al menor pretexto
inmediato. Intuitivo, soñador, artista, el mexicano tiene una fina
disposición para el sentido de lo íntimo. Su sentimiento profundo de
inseguridad se traduce en timidez. El poder de decisión se ve menguado
por interminables cavilaciones.
El exceso de emotividad del
mexicano, se siente vulnerado por la menor imposición del mundo. De su
dolorosa sensibilidad provienen sus crispaciones herméticas y sus
quiméricos ensueños compensatorios. Pero hay también -cosa en extremo
valiosa- un alto grado de preservación interior, de defensa de su
dignidad de persona, de su resistencia a cosificarse y alinearse.
Aunque el mexicano sea preponderantemente introvertido, no puede
desembarazarse por completo de la tendencia extraversiva que refrena.
Las imperiosas tendencias expresivas se descargan extraversívamente.
Después del análisis caracterológico, es preciso reaccionar contra el
peligro de la introversión excesiva que amenaza con hipertrofiarse en
delectación egotista, en estériles ensueños y en voluptuosidades
complicadas. El valor del ahínco intelectual y volitivo, la lucha contra
el obstáculo, es lucha por la realidad. Y esa lucha por la realidad no
debe faltar nunca en el mexicano, aunque sea emotivo e introvertido. Los
refugios imaginarios, los universos de deserción, el bovarismo, las
fábulas de la frustración y la mentira mitomaniaca son tentaciones
permanentes que el mexicano debe superar en la disciplina de lo
concreto, en la educación motora, en la formación social y en la
imaginación artística. Lo real y lo imaginario colaboran en la
percepción misma de México. El principio de la edificación interior del
mexicano consiste en reconocer las propias tareas y deficiencias, tratar
de vencerlas y emprender la ardua y fervorosa labor de ser nosotros
mismos, en lo que tenemos de mejor, confiados en la capacidad de
perfeccionamiento y en la valiosa porción de dotes que el pueblo
mexicano ha mostrado, como constantes, a lo largo de su historia.
Nuestro paso por la tierra, como mexicanos, requiere probidad, respeto
de sí mismo, fidelidad al estilo y lealtad a la vocación individual y
colectiva.
*Agustín Basave Fernández del Valle,
“Rasgos psicológicos dominantes en el mexicano” en Vocación y estilo de
México. Fundamentos de la Mexicanidad. Limusa, México, 1990.
Tomado de http://criminologiaycriminalistica.com/