Interesante artículo que me ha compartido mi amiga Beatriz Terán Bobadilla de Perú.
Escrito por Walter Riso
http://www.walter-riso.com/

Solo un mínimo de mujeres acepta el sexo por una noche, mientras la
mayoría de los hombres se entregan sin problema y de manera entusiasta a
la aventura con mujeres desconocidas.
Los hombres somos más
infieles, es verdad, pero la estadística no es tan importante como la
motivación en esto de la infidelidad. Cuando una mujer decide ser infiel
a su pareja hay un trasfondo peculiar, mucho más complejo del que
ocurre en el hombre infiel. En la mujer no es la testosterona la que
decide (aunque obviamente puede influir) sino el desamor, la curiosidad o
el aburrimiento. Lo existencial pesa más que lo sexual.
La
mayoría de las mujeres adúlteras se lamentan del escaso interés que
muestra su marido, la rutina y la ausencia de ternura, y no tanto de la
falta de emoción sexual. Los amantes de las mujeres infieles más que
atléticos sementales, suelen ser excelentes conversadores y buenos
compinches.
Por tal razón, al menos en nuestra cultura, no es
de extrañar que las damas se resistan a tener sexo con el primer varón
que se los proponga. Antes deben conocerlo, ubicarlo afectivamente,
situarlo en la mira del corazón, admirarlo de alguna manera y
considerarlo confiable. La mujer requiere de la apertura del otro como
persona y eso lleva cierto tiempo de decantación (aunque hay que
reconocer que algunas señoras superan este obstáculo en cuestión de
segundos). De ahí que la gran mayoría de las mujeres sean infieles con
varones cercanos, no totalmente extraños: primos, amigos del marido,
jefes, compañeros del trabajo o de estudio, ex novios, vecinos, en fin,
sujetos del conocimiento, donde ha existido alguna forma de aproximación
previa.
La razón es obvia: tratar de no ser utilizadas
sexualmente o no salir psicológicamente lastimadas del encuentro. Sin
embargo esta expresión de deseo puede a veces rayar en la más peligrosa
ingenuidad. El riesgo existe, a pesar de todo. Cualquier mujer con
experiencia en estas lides sabe muy bien que acostarse con un hombre es
como a mostrarle la yugular a Drácula con la esperanza de que muerda
despacio y no beba mucha sangre.
Después del coito, los
géneros se diferencian con claridad: él quiere escapar (Post coïtum omne
animal triste), y ella apenas comienza: “Bueno, ahora que estuvimos
juntos, dime qué piensas de lo que sientes y qué sientes de lo que
piensas que vas a sentir en el futuro... qué piensas de mí, cómo me ves,
qué esperas de esta relación...”
Dos recorridos distintos. El
hombre, por lo general, entra por a la infidelidad por el sexo y el
afecto llega después, si es que llega; la mujer suele entra a la
infidelidad por el afecto/admiración y el sexo llega después.
El hombre infiel es visto como travieso o “demasiado masculino”, la
mujer infiel como una ramera. El costo social de la mujer adultera es
demasiado elevado y esa es la razón por la cual, cuando una mujer decide
engañar a su pareja, el crimen es cuasi perfecto. Los varones dejamos
pistas, la mujer muy pocas o ninguna. Las necesidades son distintas, las
consecuencias también.