miércoles, 11 de abril de 2012

Niños criados con apego frente a situaciones de violencia


Por Psic. Ramón Soler

Con frecuencia, me llegan consultas de madres y padres concienciados en ofrecerles a sus hijos una educación apegada y respetuosa, pero que, sin embargo, no saben muy bien cómo reaccionar cuando por diversas circunstancias, sus niños se topan con situaciones más o menos violentas. Esta es una cuestión que me interesa no sólo como psicólogo, sino también como padre. Como consecuencia de esta lícita preocupación, lo que pretendo con este artículo es el ofrecerle a otros padres una pequeña guía de cómo reaccionar cuando sus hijos vean o asistan a este tipo de sucesos altamente desagradables. Para ponernos en situación, podemos evocar varios ejemplos reales del problema del que estamos hablando.

Imaginemos, por ejemplo, a Lucía y Carla, que estaban viendo un capítulo de Doraimon en la televisión y presenciaron cómo la madre de Gigante (el niño matón del barrio) se lo ponía en las rodillas y le daba unos azotes en el culo. Acto seguido, evidentemente, el niño rompía a llorar con desconsuelo. Impresionadas y sobrecogidas, las dos niñas le preguntaron a su madre, Estrella, por qué la Mamá estaba pegando a su hijo. “Los niños no pegan, pero los mayores tampoco”, le dijeron las hermanas a su madre.

Pongámonos también en el lugar de Jorge, que acompañaba a su hija en un moderno parque de juegos cuando, incomprensiblemente, unas niñas mayores empezaron a hacer comentarios despectivos y a reírse de la pequeña. En aquellos momentos, a Jorge sólo se le ocurrió coger en brazos a su desconsolada hija y alejarse del parque. Otro día volverían a jugar allí, le prometió a la niña.

Muchos padres tampoco saben muy bien qué hacer cuando su hijo sufre el acoso de otro niño de su urbanización que le persigue, le pega o, incluso, le zambulle a la fuerza en la piscina.

Por mucho que los padres queramos para nuestros hijos una crianza basada en el respeto y la no-violencia, es imposible y tampoco es saludable, mantenerlos siempre apartados del mundo exterior. Sé que es un mundo por lo general difícil, muy diferente al que han conocido en su casa, pero, por más que deseemos proteger a nuestros hijos, en cualquier momento pueden surgir situaciones violentas como las que describía más arriba. No podemos controlar todos los avatares, ni de sus vidas, ni de las nuestras. He conocido muchas familias que crían a sus hijos con leche materna, duermen con ellos, no les pegan y les tratan con afecto y respeto, pero que, asustados por la agresividad y la violencia de la sociedad, intentan protegerles en demasía apartándoles todo lo posible del mundo en el que viven; son padres que se van a vivir a un pueblecito tranquilo, evitan las grandes aglomeraciones y los centros comerciales o, incluso, no dejan que sus hijos vean la televisión para preservarlos de todo el mal que hay en el mundo. En mi opinión, esto es una manera de ponerse una venda sobre los ojos y huir de la realidad. Tarde o temprano, esos niños tendrán que salir de su aislamiento y, posiblemente, acaben enfrentados a situaciones incómodas o violentas, por lo que es muy importante que sepan cómo afrontarlas. Nuestra tarea, como padres debe ser proveer a nuestros hijos de herramientas para que, además de encontrar su propio equilibrio, puedan defenderse en la vida y valerse por sí mismos.

Creo que Clarissa Pinkola Estés lo explica perfectamente en este texto de Mujeres que corren con los lobos: “Tal como ocurre en el mundo animal, una muchacha aprende a ver al depredador a través de las enseñanzas de su madre y su padre. Sin la amorosa guía de los padres, la joven no tardará en convertirse en una presa”. Ella se refiere a las mujeres, pero se puede aplicar también a los niños criados con apego frente a la sociedad actual. Por desgracia, estos niños apegados son aún una minoría frente a los educados bajo amenazas, coacciones, chantajes, gritos o bofetones. Espero y deseo que, generación tras generación, el mundo vaya virando hacia unos métodos educativos más empáticos, más respetuosos y menos violentos. Mientras tanto, nuestros niños deben aprender a defenderse en una sociedad donde las agresiones de todo tipo están a la orden del día.

Cuando trabajo en la consulta, siempre les digo a mis pacientes que la terapia no les va a evitar los problemas o las situaciones difíciles del futuro, pero sí que les va a proporcionar las herramientas adecuadas para poder afrontarlas. Suelen ser personas que, por lo general, no tuvieron el apoyo suficiente en su infancia y que, como consecuencia de ese desamparo, no se sintieron protegidas frente a las agresiones.

Mientras los niños son pequeños y están indefensos, corresponde a los padres el velar por la seguridad de sus hijos y el defenderles de las agresiones que puedan recibir o presenciar. Esta es nuestra tarea como progenitores, ofrecerles a nuestros hijos una buena base de seguridad y confianza en sí mismos para que, una vez llegados a la edad adulta, sean capaces de desenvolverse en la vida de manera sana, siendo conscientes de lo que quieren y pudiéndose defender de los ataques externos que puedan recibir.

Diferencia entre juegos de lucha y agresiones.
Antes de continuar, para poder comprender algunas situaciones que se pueden plantear en los juegos de los niños, creo que es necesario establecer una diferencia entre juegos de lucha (con cierto grado de agresividad) y los actos violentos. Debemos entender que los niños son mucho más activos que nosotros, los adultos. Ellos corren, gritan, saltan, hacen carreras y, en numerosas ocasiones, se empujan, se abrazan o se enzarzan en juegos en los que el contacto físico está presente. Normalmente, estos juegos no son más que una manera de descubrirse, aprendiendo a reconocer los propios límites y los límites de los otros. En este tipo de juegos, es importante que todos los participantes lo disfruten. Cuando alguno de los niños empieza a no estar a gusto con el juego o hay intención de hacer daño por parte de algún participante, entonces, el juego pasa a ser agresión y es el momento de poner límites.

Rebeca Wild, tras más de 20 años de experiencia en el Pestasola, su escuela activa/no directiva, lo expresa de la siguiente manera: “Cuando los niños del Pesta inician un juego de lucha, lo que hacemos es acercarnos en lugar de apartarnos. Intentamos captar el estado emocional de cada niño. Cuando un niño comienza a sentir miedo, a estar tenso o a mostrarse encolerizado, nos acercamos un poco más y verbalizamos un límite “Si uno de vosotros no quiere continuar o llora, el juego se acaba”(...) Ante todo, establecemos claras distinciones entre juegos de lucha y de riña, que son juegos que cuentan con la aprobación de ambas partes, y las agresiones contra alguien, que no están permitidas”. En muchas ocasiones, puede que el agresor en los juegos entre niños no tenga intención de hacer daño, pero debemos enseñar a nuestros hijos a estar atentos al otro y saber respetar cuando éste no quiera seguir el juego por ese camino.

Las necesidades de los niños y cómo podemos ayudarles

A lo largo de muchos años acompañando en mi consulta a personas que reviven sus primeros años de vida (mediante las regresiones) y, también, gracias a todo lo que he investigado sobre la infancia, he podido sacar unas conclusiones básicas sobre lo que realmente necesitan los niños. Voy a intentar resumir brevemente los principios fundamentales que proporcionarán a nuestros hijos unos cimientos firmes y seguros desde los que poder manejarse en la vida:

- Comunicación –
Resulta de fundamental importancia tener una comunicación sana y completa con nuestros hijos. Cuando empiecen a hacer preguntas sobre estos temas, será el momento de responderles honesta y abiertamente.

Ya a edades muy tempranas, podemos explicarles a nuestros hijos que algunas personas se comportan de forma agresiva porque, de pequeños, no tuvieron los besos y abrazos que necesitaban. También podemos decirles que sus padres, seguramente, les pegaron cuando eran niños y que, por esta razón, no saben tratar a los demás de otro modo. Obviamente, deberemos adaptar nuestro lenguaje a la edad del pequeño, pero es sorprendente cómo niños muy pequeños (de 2 ó 3 años) entienden perfectamente lo que les estamos contando cuando se les explica este tipo de cosas. De esta manera, les ayudaremos también a desarrollar la empatía y el sentido de la justicia. Alice Miller decía que “un niño al que se le dice la verdad y se le educa a no tolerar la mentira y la brutalidad, se desarrollará libremente, como una planta cuyas raíces no serán devoradas por los gusanos (por las mentiras)”.

No obstante, aunque les expliquemos las razones por las que la gente se comporta de forma violenta, también debemos aclararles que es algo que no está bien y que no está justificado pegar ni abusar de los demás.

Cuando crecen, podemos hablarles de cómo saber reconocer y defenderse de la gente que quiera maltratarles o abusar de ellos.

- Respeto –
Una crianza para la vida debe infundir en el niño, en primer lugar, el respeto hacia sí mismo. La tarea de los padres consiste en proveer a sus hijos el modelo y las herramientas necesarias para que sepan defenderse de las agresiones que puedan recibir del exterior. Para ello, es imprescindible conocer los procesos madurativos del niño, es decir, lo que puede o no puede hacer y/o asumir en cada momento de su vida.

El respeto se manifiesta cuando prestamos atención y apoyamos al niño en cada uno de esos momentos evolutivos por los que pasa. Si les acompañamos en su maduración y no le intentamos imponer ritmos arbitrarios, nuestros hijos tendrán confianza en sí mismos y podrán desarrollar libremente todas sus potencialidades. Además, el respeto ha de ser incondicional, debemos confiar plenamente en la naturaleza y las propias capacidades del niño. De esta manera, no se bloquearán los impulsos innatos de empatía, generosidad y altruismo que poseen todos los niños.

Un ejemplo de este respeto puede ser, por ejemplo, no presionarles para que saluden a vecinos o familiares cuando no les apetezca. Ellos saben, tal vez mejor que muchos adultos, quién les cae bien y quién no. Para los niños, supone una agresión, por ejemplo, que se les fuerce a besar a la vecina del quinto cada vez que se la encuentran. Si les dejamos desarrollarse libres, aprenderán a valorarse y sabrán defenderse de las agresiones exteriores. Si no se sienten respetados en estas pequeñas situaciones de la vida cotidiana, su confianza se verá mermada y, cuando crezcan, no serán capaces de valorarse ni podrán afrontar los ataques que reciban.

A nuestra hija, por poner un ejemplo personal, nunca la hemos forzado a saludar, ni besar a nadie. Si, cuando se nos acercaba algún desconocido, la notábamos incómoda, no la obligábamos a responderle, ni la presionábamos para que le dijera algo. Un día, antes de cumplir los tres años, vi que se acercaba un vecino hacia nosotros y se me ocurrió preguntarle a nuestra niña si le apetecía saludarle. Muy convencida, me dijo: “No, es que no tengo confianza”. Evidentemente, la respeté y no la obligué. A los pocos meses, gradualmente, se fue lanzando a saludar y despedirse, a pedir la compra en la panadería, etc.

- Protección/defensa –
Para que los niños puedan crecer seguros y confiados, deben sentirse protegidos por sus padres.

Debemos defenderles de las pequeñas y, aparentemente, insignificantes agresiones a su intimidad que se producen constantemente cuando son bebés (como por ejemplo la señora mayor desconocida que le pellizca el moflete o le pide que le dé un beso).

Un tipo de violencia muy aceptada socialmente y en la que, sin dudarlo, tenemos que intervenir, es la que se da entre bebés. Todos hemos presenciado escenas en las que niños de apenas un año se dan manotazos, se tiran de los pelos, se muerden o se arrancan los juguetes sin que los padres se inmuten. Resulta alarmante, pero una madre cuya niña pegaba a todos los niños que se encontraba me llegó a comentar un día: “es normal, a la mía le dieron ayer un puñetazo. No pasa nada”. Los padres toman este tipo de violencia como algo habitual y no hacen nada por impedirlo. Por supuesto, que los bebés aún no saben medir sus fuerzas y no tienen intención de hacer daño, pero, debemos aprovechar estas situaciones para enseñar a los niños el respeto por los demás y que no se puede agredir a otras personas.

Si a medida que va creciendo, el niño se siente protegido y tiene la seguridad de que sus padres le defenderán de los peligros, su autoconfianza no se verá mermada y podrá desarrollarse emocionalmente sano.

También resulta fundamental que el niño se sienta acompañado, incluso en las situaciones en las que los padres no pueden estar físicamente con él, como por ejemplo en el colegio. Si mantenemos una comunicación constante con nuestro hijo y tiene la confianza necesaria para contarnos cualquier cosa que le suceda, el niño se sentirá amparado emocionalmente, y sabrá que no está solo. Estos hechos son de vital importancia para que crezca seguro.

Ejemplos de situaciones concretas

Soy consciente de que hay infinidad de situaciones potenciales y de que es imposible abarcarlas todas, pero teniendo en cuenta los puntos comentados anteriormente, voy a tratar de presentar unos ejemplos prácticos, planteando unas posibles reacciones donde aplicar todo lo que ya sabemos.

No pretendo que esta sea una guía para seguir al pie de la letra, sino una serie de reflexiones en voz alta, las cuales, cada uno deberá adaptar a su situación personal.

-Otro niño agrede al nuestro en el parque.
Si son pequeños y otro niño les agrede (en el parque, en la calle...) son los padres los que deberán parar al agresor y marcarle los límites mínimos para jugar pacíficamente. En caso de que sea necesario, también habrá que hablar con los padres y explicarles lo que permitimos y lo que no permitimos que sus hijos hagan con los nuestros.

Alexander Neill (fundador de la escuela libre Sumerhill) decía que “Libertad es cuando uno puede hacer y decidir lo que quiera mientras no interfiera en la libertad de los demás”.No podemos consentir que otros padres dejen que sus hijos agredan alegremente a otros niños.

Una vez en casa, les podemos explicar a nuestros hijos que hay niños que son más agresivos y que pegan porque no les tratan bien en casa o porque a ellos también les pegan, pero que no está bien y que hay que saber defenderse de estas actitudes.

Cuando los niños son pequeños, podemos jugar con ellos a representar ese tipo de escenas conflictivas para que ellos vayan practicando cómo defenderse. Sería una especie de role-playing donde papá o mamá les plantea la situación “ahora viene ... y te va a pegar” y le damos posibles respuestas para que él las practique: “No. No me gusta que me pegues (mientras hace el gesto de no o de parar con la mano)”.

También podemos representar las situaciones vividas montando pequeñas obras de teatro con los muñecos del niño. El objetivo de poder practicar estas escenas en casa, es que cuando se le presente la situación en la vida real, ya no le pillará desprevenido y podrá defenderse mucho mejor.

A medida que el niño va creciendo, ya no necesitará hacer estas representaciones, pero siempre es importante hablar en casa de lo sucedido y pensar en distintas alternativas por si hay una próxima vez.

La idea general que debemos tener es que los niños que son defendidos por sus padres se sienten seguros y están aprendiendo a defenderse por sí mismos en el futuro.

No hay que olvidar, no obstante, que el niño que agrede, también es una víctima de un ambiente violento. Casi con toda seguridad, sus padres le tratarán de forma agresiva o usarán el consabido “cachete preventivo”. Al hablar con ese niño para marcarle los límites del respeto al otro, podemos explicarle por qué no debe pegar a los demás y cómo se sienten los otros cuando les agrede. De esta manera, le estaremos dando un punto de vista que posiblemente no haya contemplado jamás y, tal vez, le ayudemos a percatarse de que sus padres no lo están haciendo bien cuando le pegan. Alice Miller explica en sus libros que para que una persona que ha sufrido maltratos en su infancia no se vea arrastrada por el efecto negativo de estos, necesita contar, en algún momento de su vida, con un testigo empático de sus emociones, alguien que le dé una visión del mundo distinta de la que vive en casa y le permita en un futuro cuestionarse la actitud de sus padres.

- Le agreden en el colegio.
Uno de los mayores temores de muchos padres que han criado a sus hijos sin agresiones ni violencia es que puedan sufrirlas en el colegio.

Ante este tipo de situaciones, en primer lugar, los niños deben buscar la ayuda de un adulto si se encuentran ante una amenaza o si les están agrediendo. Los profesores y cuidadores deben ser la primera ayuda cuando los padres no están presentes.

Si los niños viven en un ambiente de confianza y libertad, contarán en casa todo lo que les haya sucedido en el colegio. Los padres podrán, entonces, hablar con los profesores y con los padres de los otros niños (si es preciso) para aclarar la situación y exigir a los responsables que pongan los medios necesarios para que no vuelva a repetirse.

Una vez en casa, los padres pueden explicarle a su hijo los motivos por los que esos niños se comportan así (como ya he comentado anteriormente), pero también pueden decirles que no es necesario que estén con determinados compañeros si no les gusta la actitud que tienen.

Aunque los padres no estén presentes en el colegio, si el niño sabe que le defenderán y que están de su parte incondicionalmente, se sentirá protegido.

Ante una situación extrema, siempre recuerdo que Alexander Neill contaba cómo un amigo suyo que criaba a sus hijos en el respeto y la libertad, les había apuntado a clases de boxeo para que supieran defenderse si eran atacados en el colegio. Yo no soy partidario de responder con violencia, pero sí creo que debemos dotar a nuestros hijos de las herramientas necesarias para que puedan protegerse y no dejarse intimidar por los matones de la clase o por ciertas actitudes violentas. Los niños agresivos acostumbrados a abusar de otros, suelen buscar víctimas sumisas y que no respondan a sus provocaciones, de modo que, cuando se encuentran con alguien seguro, que no se deja amedrentar y que es capaz de defenderse, dejan de tenerlo entre sus objetivos.

- Le insultan o le agreden verbalmente (en la calle, en el colegio)
Los abusos verbales también son una forma de maltrato de la que debemos proteger a nuestros hijos. Los insultos y las burlas pueden tener un grave efecto en la seguridad de los niños.

Mi experiencia me ha mostrado que los niños criados de manera libre y respetuosa son mucho más seguros y menos influenciables que otros. Esto les ayuda a la hora de enfrentarse a estas situaciones de insultos o burlas por parte de otros niños. A pesar de tener esta ventaja, también es verdad que estos niños suelen ser más sensibles y necesitan, a edades tempranas, del acompañamiento de sus padres para que les ayuden a reconocer y defenderse de esas situaciones.

La mejor herramienta que podemos ofrecerle a nuestros hijos frente a este tipo de actitudes es el poseer una autoestima reforzada. Resulta de vital importancia, para que no duden de sí mismos y sepan defender claramente lo que quieren, que los niños se sientan respetados incondicionalmente en su casa. La idea fundamental que siempre debemos inculcarles a nuestros hijos es que confíen en ellos mismos y que no se dejen influenciar por lo que otros les puedan decir, sobretodo, cuando lo que le han dicho resulta humillante, cruel o insultante.

Un niño seguro, será capaz de no hacer caso de insultos que no tengan sentido, no buscará la compañía de ese tipo de niños y preferirá jugar con otros más respetuosos.

Igual que en el punto anterior, también podemos usar el role-playing o el teatro con muñecos para practicar con las distintas situaciones y sus alternativas.

- Violencia verbal dentro de la propia familia.
Otro escenario donde los niños presencian y/o reciben numerosas agresiones de las que rara vez son defendidos es dentro de la propia familia. Con frecuencia, otros familiares tienen concepciones educativas distintas a las nuestras y, si no prestamos atención, nuestros hijos pueden verse sometidos a chantajes (si no te comes esto, no iremos al parque), amenazas (no toques eso que te voy a castigar) o insultos (este niño es tonto, no sabe lo que dice).

Hace unos meses, se nos ocurrió una iniciativa para ayudar a los padres en estos trances familiares. Se trataba de realizar una lista con las actitudes que no deseábamos que algunos miembros de la familia tuvieran con nuestros hijos y colocarla en la nevera, a la vista de todo el mundo. Planteábamos sugerencias como “no calificar al niño como bueno o malo”, “no corregirle de manera negativa cuando cometa algún fallo, producto de su proceso de aprendizaje”, “no obligarle a comer cuando no quiera más” y, por supuesto, “no gritar, no insultar, ni regañar”.

Aquí os paso el enlace por si queréis verlo En vacaciones, respetad a nuestros hijos

- Presencia situaciones violentas (en la calle, en la televisión, etc.)
Paseando por la playa o en cualquier parque infantil, podemos encontrarnos, por desgracia con demasiada frecuencia, con situaciones en las que los padres gritan, insultan o abofetean a sus hijos. Una escena de este tipo, obviamente, puede resultar impactante para los niños criados con amor y respeto, por lo que necesitarán la ayuda de sus padres para comprender por qué la gente actúa de esta manera.

Podemos explicarles, como he comentado anteriormente, por qué pensamos que esas personas se comportan así (les pegaron a ellos cuando eran pequeños o no le dieron el cariño que necesitaban). También debemos decirles que, por muy habituales que sean esas situaciones y por mucha gente que se comporte así, ésa no es una manera sana de solucionar los conflictos y que se debe buscar una alternativa dialogada que tenga en cuenta los sentimientos de los demás.

La televisión es otro medio que puede exponer a los niños situaciones de excesiva agresividad. A pesar de que existe una regulación en contra de las escenas de violencia y pornografía en horario infantil, pocas cadenas la cumplen y los niños pueden encontrarse casi en cualquier momento con insultos, gritos, guerras o atentados. Una amiga me contaba que su hija tenía poco más de dos años cuando estalló la primera Guerra del Golfo. Como aparecían escenas escabrosas a cualquier hora del día, era inevitable que la pequeña viera las imágenes de los soldados y los bombardeos. La niña empezó a preguntar qué hacían aquellos hombres y por qué rompían las casas de otra gente. Sus padres le explicaron las raíces de la violencia adaptándose a su nivel de lenguaje; le dijeron que la gente que hace eso no ha recibido el cariño necesario en su casa. La niña lo entendió perfectamente, pese a su escasa edad y, hoy en día, tiene un gran sentido de la justicia y se rebela ante cualquier situación de abuso de poder.

RESUMEN

A modo de conclusión, me gustaría destacar unos puntos para tener en cuenta a la hora de afrontar las situaciones violentas que nuestros hijos se pueden encontrar:

  • Los niños criados con apego no pueden vivir aislados del mundo. Necesitan saber que no toda la gente les tratará con el respeto que lo han hecho en casa. Los padres deben proporcionar a sus hijos las herramientas emocionales necesarias para que puedan defenderse.
  • Acompañamiento y protección: los niños precisan sentirse protegidos por sus padres para poder crecer seguros de sí mismos.
  • Respeto: apoyar al niño y acompañarle en sus procesos evolutivos le ayudará a confiar en sí mismo y a poder afrontar y defenderse de las injusticias.
  • Comunicación: es fundamental hablar de manera abierta con nuestros hijos y explicarles, adaptándonos a su nivel, los motivos por los que otras personas son agresivas.
Acerca del autor:
Ramón Soler es psicólogo colegiado experto en Terapia Regresiva Reconstructiva, Hipnosis Clínica, Psicología de la Mujer (Embarazo, Parto, Puerperio) y Psicología Infantil. En la actualidad ejerce su profesión en su propia consulta en la ciudad de Málaga (España).

Fuente: www.crianzanatural.com

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